domingo, 11 de mayo de 2014

Vino



El vino no espesa la sangre,

como lo hace el cristal

o la brea de un sueño de infancia

que trepa por tus piernas,

y te entra por los ojos

a veinticuatro fotogramas por segundo.

No hace del glóbulo una masa informe

de nostalgia y olvido,

de símbolo y traición.

No enjuicia mantel, lienzo y telón

con la firma del apóstata,

ni declara a Sócrates culpable.

El vino es un labio superior

cayendo por las comisuras,

tiñéndose la barba de colores primarios,

del fuego con el que Nerón

incendiaba las ciudades,

avivando la carne antes de las cenizas.



Si una sola gota fluyese por las venas

haría de los hombres, dioses.

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