jueves, 29 de noviembre de 2012

Mantengan la calma y permanezcan en sus asientos




Ella zarandea al gato por la cola. 

Él no puede dormir y no tiene tabaco.

Pero eso no importa 

cuando el cazador ha sido cazado.

lunes, 26 de noviembre de 2012

El mecanismo de los relojes (Capítulo 93 II)



Ha caído la noche, la siento sobre mí. 

No elijo que así sea, no elijo su peso, 

su espesor, su frío, no elijo sus nubes, 

sus estrellas. 

No elijo los ruidos del camión de la basura, 

ni el sonido del cascabel de mi gato, 

que anda por el pasillo. 

No elijo la canción que suena, 

la han elegido para mí, 

tampoco elijo el vaho de los cristales, 

ni los semáforos en verde. 

No elijo estos minutos que vienen 

antes de que den las tres de la mañana, 

ni siquiera puedo elegir 

las palabras que construyen este verso. 

No te puedo elegir a ti, 

no puedo porque no conozco 

el mecanismos de los relojes, 

ni las constelaciones, ni los perfumes. 

No te puedo elegir 

porque estás fuera de mí, 

al otro lado, indefinida 

y yo no te puedo definir. 

No te puedo elegir, 

porque nadie elige, 

porque sé que los libros 

ya están ahí antes ser leídos, 

ya están ahí incluso antes de escribirlos.

lunes, 19 de noviembre de 2012

Capítulo 93



Se escaparon de la tinta los conceptos 

cuando mis ojos escrutaban una y otra vez 

los relieves del capítulo 93 de aquel libro

Dejó de tener sentido, perdió el significado 

cada coma, cada punto, cada palabra ahí descrita. 

Cuanto más buscaba, más lejos me encontré 

de aquella verdad tantas veces releída, 

de sus contornos siempre difusos e impuntuales. 

Ahora, solamente espero que vuelva aquella intuición 

bañada por aquel río que trazó Heráclito, 

siempre uno y siempre cientos, 

sabiendo, como sabía Oliveira, 

que vos no elegís la lluvia que te va a calar 

hasta los huesos cuando salís de un concierto,

que la Maga ama siempre a su manera.

domingo, 4 de noviembre de 2012

Conjunciones concesivas



Aunque asedien los tifones, 

aunque tiemblen nuestras camas 

al follarnos a mil mujeres 

o a mil hombres. 

Aunque no nombremos 

estas mil ciudades 

que osan separarnos, 

se crucen en nuestro 

camino las fronteras 

o la lluvia golpee los cristales, 

sé que volverás 

por sorpresa, 

y me encontrarás 

esperándote, 

recién levantado, 

en pijama y sin peinar, 

destartalado, 

como aquel sábado en primavera.