Las venas del mármol en las mesas
de los bares son enjambres de recuerdo,
en sus cavidades, ajenas al bullicio,
frías, como células madre congeladas,
guardan los posos del café, el hueco sordo
de la espera milenaria, el deseo
de ser templos custodios de majestuosas
estatuas criselefantinas de oro y marfil.
Se empapan de cada una de las palabras,
de los secretos juegos de manos
que se esconden bajo la sombra de la piedra.
Acumulan las experiencias de cada brazo
que se apoya en su superficie,
ven a través de la distorsión
del fondo de los vasos anchos,
escuchan por la vibraciones
de las cucharillas repiqueteando en las tazas,
conocen los minutos de silencio.
No son voyeurs, sino que, simplemente,
frente a ellas se cruzan los destinos.
Sé que aquella mesa de la esquina,
donde se sienta una pareja,
que, tras casi una hora,
ha terminado hablando de fútbol,
nos conoce.
Conoce el punto de contacto de nuestras bocas,
recuerda el timbre de nuestras voces,
el recorrido de mis dedos, tus rodillas.
Nos ha visto salir por aquella puerta verde,
de cristal opaco,
ha intuido el deseo antes de que muriese aquel verano.
Pero, extrañamente, el tiempo, irremediablemente, pasa
y donde antes se hablaba de amor,
ahora se habla de fútbol.
No hay comentarios:
Publicar un comentario