Tiembla la tinta al definir las rutas
que se escapan por ensoñaciones y carreteras,
navega el mar por abecedarios
de lenguas que aúllan en aguas nocturnas,
en pozos de ciénagas verdes que deletrean,
lentas como en un sacrificio, las armonías,
las claves y el prólogo de cadáveres
quemados por caldos de versos derretidos.
La cartografía no define el centímetro,
no conoce los poros, ni la gota de vino
que resbala por tus labios.
Sólo el olfato conoce y guía, predice e intuye
el camino desconocido por el que rodamos
desnudos y anudados.
Sujetamos nuestros cuerpos por las uñas,
esperamos ocultos a que llegue la noche,
para poder robarnos los espíritus,
las pieles, las mejillas y los gritos.