Siempre pienso en ellos,
como si fuesen un paradigma
de lo imposible:
con sus copas cada sábado,
sin padecer ese frío que se siente
al sentarse solo frente al televisor,
verlos dormir cada uno en un sofá la siesta,
ver cómo él mete en el microondas
cosas que siempre odió ella
y saber que cada noche duermen desnudos
aunque pasen las noches y los años,
como si fuese siempre un primer día.
Siempre pienso en ellos, imaginando
cómo crearon su gran obra
y mientras me invade
ese llanto que pronto me hará dormir,
tomo entre mis manos la arena
de aquella playa donde un día hicimos el amor,
para llenarla de risas y copas de vino,
de una cama que huele a mar,
de otra que huele a dióxido y a verso.
Y aunque los trenes se retrasen
y nos bajemos en paradas de metro equivocadas,
cada roce en nuestras manos nos acercará a la gran obra,
llenando nuestra piel de tiempo, espinas
y secretos para dos
escritos con mi mala caligrafía.
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